¿Qué
es un monstruo? Un monstruo es un ser extraño, totalmente inexistente. O quizás
no tanto…
Roberto
estaba en su habitación echándose la siesta, como de costumbre. Estaba soñando
con un terrible ser, una bestia, un monstruo de ojos amarillos. Soñaba que se
encontraba solo en un bosque de hayas y robles cuando se encontró al monstruo
de los ojos amarillos. Cuando el ser estuvo a punto de hacer algo, un ruido
extraño le sobresaltó.
Roberto
se levantó de la cama y fue a la cocina donde se encontró a su madre, Pilar,
aterrorizada y asustada. Tras unos segundos de perplejidad, Roberto le preguntó
a su madre:
- ¿Qué ha ocurrido aquí?
La
mujer le contestó:
- U, u, u, un…monstruo.
-
¿Cómo?- respondió Roberto.
-
Ha entrado, ha ido al baño y se ha marchado.-
balbuceó la pobre señora.
Como
el chico no entendía nada, se fue a la farmacia a comprar unas pastillas
calmantes para su madre.
Al
llegar al local, una mujer recibió a Roberto muy amablemente. La señora le
preguntó:
- ¿Qué deseas hijo?
- Quería unas pastillas calmantes.- contestó el
chico.
-
Muy bien, aquí tienes.-dijo la farmacéutica.
- Muchas gracias -le agradeció el muchacho.
Al
salir de la farmacia, Roberto se dispuso a ir a su casa. De camino a su hogar
pensaba en lo que su madre dijo. Mencionó algo de un monstruo y del baño.
Quizás, hablaba de la criatura de sus sueños. El monstruo de los ojos
amarillos.
Al
llegar a la casa, le dio las pastillas a su madre, que ya estaba más tranquila
y se fue a ver la televisión. Al encenderla, puso su canal favorito, pero
cuando ya estaba sintonizado, vio una serie de dibujos animados que nunca había
visto. Sus personajes parecían muy reales. Observando un poco el tema de la
historia, vio que la serie trataba de un niño que iba con sus padres a un
bosque y se perdía. Pocos segundos después, el televisor se apagó sin más.
Roberto se quedó un poco extrañado porque todo aquello que vio le recordaba a
algo pero no sabía qué era exactamente.
Al
día siguiente, Roberto se levantó de la cama, se vistió y bajó las escaleras.
Al entrar en la cocina, encontró a su madre tranquila y normal, como si no
hubiera pasado nada. El chico le preguntó:
- ¿Qué tal?
- Bien, como siempre- respondió Pilar.
Roberto
estaba extrañado de que su madre estuviera tan tranquila después de lo de ayer,
así que el muchacho le preguntó a la mujer:
- ¿Cómo es que estas tan tranquila después de
lo del otro día?
-
Ah, eso, es que creo que fue producto de mi
imaginación- respondió la señora.
Roberto,
desconcertado, se tomó su desayuno y se dirigió a la escuela.
Después
de una dura mañana de trabajo, el muchacho se dirigió a su casa, pero esta vez,
con su amigo Pablo. Pablo era un niño de estatura media, de pelo negro y muy
activo. Mientras iban juntos a sus respectivos hogares, Roberto le contó a su amigo
lo que pasó la otra tarde y lo que vio en la televisión. Su compañero le
contestó:
-
Es muy raro, que yo sepa, no existen los
monstruos. Además nunca había visto esa serie de dibujos animados.
- Pues yo lo vi sobre las cinco y media. ¿Qué
tal si pones la televisión a esa hora en el canal de dibujos?- sugirió Roberto.
- Muy bien, lo haré para que así nos contemos
lo que vimos cada uno- le dijo Pablo.
A
continuación, se despidieron y se dirigieron cada uno en su casa.
Al
dar las cinco y media, Roberto puso la televisión en el canal de dibujos y
esperó. Pasados cinco minutos, el chico volvió a ver las imágenes del niño, que
seguía en el bosque. Roberto se quedó pasmado observando. El chico andaba por
un camino cuando se encontró una cueva en la que entró. Allí dentro, halló a un
ser, era, era... ¡el monstruo de los ojos amarillos! El muchacho no podía creer
lo que veía, la criatura era idéntica a la de sus sueños.
Dos
horas más tarde, Roberto fue a ver a Pablo para contarle lo que vio. Estaba
impaciente por explicarle cada detalle del niño y del monstruo, en caso de que
no lo hubiera podido ver.
De
camino a casa de su amigo, se encontró con su profesor de matemáticas, Don Juan
Carlos. Roberto se quedó asustado, pues ese era el peor profesor de todos. La
leyenda cuenta que hubo una vez un niño que sacaba todo ceros, entonces, don
Juan Carlos se hartó tanto que lo raptó y lo encerró en el sótano de su casa. Roberto
sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero, así que decidió tomar
otro camino.
Siguiendo
por la avenida principal, el muchacho llegó a casa de Pablo. Al llamar al
timbre, la madre de su amigo salió a abrirle y le saludó muy amablemente.
Roberto entró a la casa y vio su amigo sentado en el sofá. El muchacho le dijo:
- Hola, Roberto.
- Hola, ya sabes a lo que he venido- dijo
Roberto.
- Sí, de eso quería yo hablarte. No he visto
nada de lo que tú me dijiste- contestó Pablo.
-
¿Cómo es posible? Yo sí que lo vi – le dijo
Roberto.
- En ese caso cuéntame lo que viste tú- exigió
su amigo.
- Muy bien- dijo Roberto.- Aparecía el niño
otra vez en el bosque, encontró una cueva y en ella estaba el monstruo de mis
sueños. –le contó Roberto.
- ¡No es posible!- exclamó Pablo.
-
Sí que lo es, de hecho creo que el bosque de
la serie es el que hay en la Gran Montaña- dijo Roberto.
- Puede ser, si es así, vayamos allí- sugirió
Pablo.
-
Pero, ¿cómo lo vamos a hacer?- preguntó
Roberto.
-
Muy fácil, mis padres y yo tenemos planeado
un viaje de cuatro días a esa misma montaña- dijo su amigo.
- Eso está muy bien pero, no se si mis padres me
dejarán…-se lamentó Roberto.
- De eso se encarga mi madre, estoy seguro de
que conseguirá convencer a tus padres- dijo Pablo.
- Eso espero-suspiró Roberto.
Así,
una semana más tarde, Roberto y la familia de Pablo se fueron de excursión a la
Gran Montaña.
Tras
cuatro interminables horas viajando en coche, los dos amigos llegaron a las
montañas. Los colores de las hojas de los árboles, teñían los montes de bellos
colores. Parecía un paisaje de ensueño. Este espectáculo dejó deslumbrados a
los dos muchachos.
Al llegar
al albergue forestal de la Gran Montaña, los chicos subieron a sus habitaciones
para planear cómo encontrar aquella cueva. Decidieron que cogerían un mapa e
irían mirando gruta por gruta hasta encontrar la correcta. Como ya estaba
anocheciendo, tendrían que esperar al día siguiente para llevar a cabo su plan.
A la
mañana siguiente, Roberto se levantó con un poco de pereza. Se lavó, se vistió
y bajó a desayunar a la cafetería del albergue. Al entrar por la puerta se
encontró a Pablo y a sus padres ya desayunados.
-
Que, ¿se te han pegado las sábanas?- preguntó
Pablo.
-
Sí, un poco- contestó Roberto.
-
Anda Roberto, desayuna algo- le dijo la madre
de su amigo.
Después
de desayunar, los dos amigos se reunieron y decidieron que saldrían dentro de
media hora.
-
Una cosa, tendremos que decirles a tus padres
que nos vamos, y a lo mejor no nos dejan- dijo Roberto.
-
No pasa nada, nos iremos sin que se enteren-
dijo Pablo.
Y
así los dos muchachos emprendieron la búsqueda de la cueva.
Los
dos amigos se adentraron por el bosque siguiendo el mapa. Tras caminar durante
media hora, llegaron a la primera cueva. Al parecer, se llamaba la “Cueva de
los dos osos”, pero Roberto sabía que aquella no era la que andaban buscando.
Después de otras cuatro grutas incorrectas, llegaron a la cueva del camino
número tres, la “Cueva de la Fantasía”. Roberto se quedó mudo cuando la vio. No
lo podía creer, era la que andaban buscando.
Roberto
dijo:
-
¡Es esta, Pablo!
-
¿En serio? – le preguntó Pablo.
-
Sí, te lo prometo – dijo Roberto.
-
Pues entonces hay que entra ya – se
entusiasmó Pablo.
Y
totalmente decididos, se adentraron con un par de linternas a ese oscuro
agujero.
Ya
habían andado unos metros, cuando vieron un cartel que decía: “No salir del
camino marcado con flechas. No cruzar por los caminos marcados con X”. Roberto
dijo:
-
Hay que ir por este camino.
-
Pero está marcado con X – dijo Pablo.
-
No te preocupes, nadie nos pillará- le
tranquilizó Roberto.
Y
así, se adentraron por ese camino.
Todo
estaba oscuro, pero en apenas tres minutos ya llegaron al final. Se encontraban
en una especie de sala muy grande. En el centro, había dos grandes cofres
cerrados, uno con una cerradura de plata y otro con una cerradura de oro.
También había una llave y una nota que decía: “Si queréis desvelar el secreto,
tendréis que introducir la llave en uno de las cerraduras. En uno de los cofres
hay joyas, mucho oro y la respuesta, pero el otro contiene la MUERTE”
Roberto
y Pablo estaban asustados ya que si abrían el incorrecto…Tras unos tres
minutos, Pablo recordó una película donde la verdadera respuesta de un problema
parecido, estaba en las paredes. Con esta pista, los muchachos decidieron
inspeccionar las paredes. Ya llevaban un buen rato buscando cuando Roberto
exclamó:
-
¡Mira esto!
Pablo
fue corriendo a ver lo que pasaba.
-¿Qué
ocurre? – preguntó Pablo.
-
Mira, si aquí unes estos puntos de esta manera, aparece una figura muy extraña.
– dijo Roberto.
-
Sí, es posible que sea ese monstruo tuyo – dijo su amigo.
Unos
instantes después Roberto exclamó de nuevo:
-¡Ya
lo se!
-
¿Qué? – preguntó Pablo.
-
¡Todo! Si además mueves estos dos puntos amarillos aparece la silueta de la
bestia.- explico Roberto.
-
¡Es increíble! – dijo Pablo entusiasmado.
-
Pero todavía tenemos que averiguar dónde se mete la llave – dijo Roberto.
-
¡Eh, mira! ¿No ves que aquí hay una piedra rara?- preguntó Pablo.
- Sí
– respondió Roberto.
Y
sin querer, Pablo tropezó y le dio con la mano a la piedra. Con el golpe, la
piedra se cayó dejando así descubierta una tercera cerradura.
-
Mira, Pablo – dijo Roberto.
-
¿Qué? – preguntó Pablo.
-
¡Has descubierto otra cerradura! – contestó
su amigo.
Los
dos muchachos estaban fascinados. Roberto dijo:
-
Es obvio que hay que meter aquí la llave.
Y
totalmente seguros de sí mismos, metieron la llave en la cerradura. A continuación
le dieron dos vueltas y después… ¡Un terrible ruido sonó por toda la sala!
Roberto
se despertó sobresaltado. No comprendía nada. ¡Se encontraba tumbado en su
cama! En poco tiempo, Roberto comprendió que se trataba de un sueño o algo
parecido. Quizás el secreto del monstruo todavía no debe de ser desvelado…pensó
Roberto.